Relatos: Éxtasis

Bueno, en principio no tenía pensado publicar aquí ningun relato, si acaso alguno de Maricarmen. Pero hoy he tenido una idea para un relato cortito y lo he escrito hace un rato. Y me ha gustado como ha quedado. De todas formas ya aviso de que no es nada del otro mundo, un tanto pretencioso, muy tramposo y nada original, pero aún así quería compartirlo y, sobre todo, conocer vuestra opinión. Si queréis dármela, claro. Ya aviso de que lo mio no es escribir, aunque me gusta y poco a poco intento mejorar. Así que estreno esta nueva sección con un relato de cosecha propia. Espero que os guste:

Éxtasis

 Se paseaba de un lugar a otro de la habitación; nervioso, todavía le templaban las manos, la sangre le golpeaba furiosamente en la sien, y respiraba entrecortadamente. Se había quitado la chaqueta del traje, negra como la pez, y la había dejado en una silla de madera, junto a la mesa de la sala de estar. Habían pasado unos cinco minutos desde el suceso y todavía no se le pasaba la excitación. No era un hombre nervioso por naturaleza,  normalmente tenía un carácter tranquilo y sosegado. Padre de familia, con dos hijos y esposa. Vivían en un pequeño chalet adosado, a las afueras de la ciudad. Nuestro hombre era un buen vecino. Confraternizaba con los propietarios de las casas colindantes, asistía a las barbacoas que se hacían los primeros domingos de cada mes en el jardín de Fred, dos casas al este de la suya, y veía cada sábado el partido de fútbol con sus amigos. Amigos por llamarlos de alguna manera, porque no tenía de verdad amigos. Y no porque no pudiera, pues mucha gente se consideraba amiga suya, pero él no los calificaba como tales. Aún así no era un hombre frío, pues era cariñoso y atento con sus dos hijos. Linda, de siete años y Robert, el ojito derecho de papá, de tres. Cada tarde, después de llegar del trabajo, se ponía a hacer los deberes con Linda, y se mostraba orgulloso cuando ella le enseñaba las positivas calificaciones que le ponía la maestra. Dibujaba con Rob, tirados ambos en el suelo, con las acuarelas, lápices y rotuladores que llenaban la estancia del pequeño. Buen padre. Buen padre y buen marido, como su propia esposa decía a menudo, pues era amable y considerado con ella. Podría decirse que servil en muchos momentos. Un hombre agraciado físicamente, cuya belleza juvenil había destilado en un atractivo maduro, con rasgos armoniosos. Siempre bien peinado, su pelo negro destacaba en su rostro enjuto, de mirada viva, con ojos verdes aceituna. Conoció a su esposa en la universidad y desde que empezaron a salir se amaron profundamente. Nunca tuvieron ninguna pelea, más allá de las simples riñas de pareja, pues él no es un hombre dado a discusiones.

De pronto se paró cerca de la ventana, y se dio cuenta del calor que impregnaba la estancia. Las gotas de sudor perlaban su frente y su barba de tres días empezaba a picarle. Los pensamientos empezaron a brotar en su cerebro una vez iba remitiendo la adrenalina del momento, que embotaba todos sus sentidos. Poco a poco el veneno fue eliminándose de sus venas y el cansancio propio después del éxtasis iba acometiéndole. Fue consciente de lo que había hecho, pues justo después de realizar el acto nunca sabía realmente que había ocurrido. Pero disfrutaba, es lo único que sabía, y por esa única sensación seguía viviendo. La primera vez fue a la tierna edad de diez años. Un momento crítico en la vida de un niño, más aún de alguien tan especial como él. Su víctima fue Liv, compañera habitual de juegos en el patio del recreo. Causó un gran revuelo y expectación, sobre todo al tratarse de un colegio religioso. Pero nunca lo acusaron a él, a pesar de que siempre estaba con ella. Ni siquiera le hicieron preguntas y Liv no estaba en condiciones de acusar a nadie. Parecía algo ideado por un adulto, no entraba en la cabeza de nadie que un chiquillo pudiera haber cometido tal acción. Pero así era. Desde entonces sólo pensaba en que tenía que repetirlo... y se convirtió en su droga. Más peligrosa que ninguna otra y de la que no existe desintoxicación posible.

Eran casi las tres, y a medida que se relajaba, crecía el hambre. Se dejó caer en la silla donde estaba su chaqueta, echando la cabeza hacia atrás, reposándola en el respaldo. Los brazos fláccidos, tocando con el dorso de la mano el suelo, mientras la sangre chorreaba por sus dedos. Miró hacia la víctima, una joven de aproximadamente veinticinco años. Estaba tirada en el suelo, boca abajo, y un reguero de sangre cubría toda la zona de su cabeza. Fue fácil engañarla. Conocía bien las debilidades de las personas, la soledad que atenaza a alguien diferente y se aprovechaba de ello. A Irene la había conocido el día anterior. Había estado hablando con ella toda la noche y se separaron antes de las cuatro de la madrugada. La mañana siguiente se presentó en su casa, pues esta le había indicado su dirección. La muchacha no puso reticencia alguna en dejarlo entrar, a pesar de que estaba todavía adormilada. Aprovechando la somnolencia de su anfitriona pasó al ataque, y como siempre no recordaba nada del momento en sí. La euforia que sentía le cegaba por completo y en más de una ocasión se lastimaba él mismo, sin ser consciente de ello, y se sorprendía al ver las heridas más tarde. En ese momento estaba pensando si la sangre que manchaba los puños de su camisa y sus manos sería también suya.

Empezaba a sentirse mal, como siempre después de matar. Tenía esa sensación de pérdida, como después de masturbarse. No lo quería realmente, pero lo necesitaba. Y en esos momentos pensaba que no volvería a hacerlo, que esta era la última vez. Se decía a si mismo que esta vez no lo había disfrutado de verdad, aunque se estremecía con solo recordarlo. Limpió todo aquello y borró todo rastro de su presencia en el lugar. Abrió la puerta y salió al rellano, convencido de que esta sería la última vez. Pero no sería la última. Volvería a matar, porque no podía remediarlo, porque su forma de vivir era esa, sólo el periodo que transcurre, plácidamente, con su familia, su trabajo y sus vecinos, como una persona normal, con una vida normal, entre asesinato y asesinato. Cuando la necesidad imperara y la abstinencia le atenazara, el drogadicto volvería a por más, de nuevo a sentir como el veneno invade todo su cuerpo y a tener sus quince segundos de placer, por los que merecía la pena vivir. Volvería a matar, y no tardaría mucho en hacerlo.

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6 comentarios:

jle dijo...

Acabo de leerlo y me ha gustado. Está muy bien, se lee rapido y no es aburrido en ningun momento. Corto y entretenido asi que genial ^^

No entendí lo de negra como la pez
¿a que re refieres?

Bore-kun dijo...

La pez es como alquitrán. Lo más negro que te puedes imaginar. Así que imaginate como era la chaqueta xD Es una formula literaria que me gustó en su momento y quería incluirla xD Me alegro que te haya gustao la historia! ^^

Yiramei dijo...

Jo!!! Esta mu chula!! ¿Nunca has pensado en hacer un libro?? Jose lo está haciendo y le está quedando bastante bien, y le gustan las mismas cosas que a ti, asi q intentalo!!!

jle dijo...

Gracias por explicalro Bore-kun no tenía ni idea, uno aprende cosas cuando menos se lo espera xDD.

May dijo...

Ya sabes lo que pienso de la historia, también sabes que no es para nada mi estilo xD pero obviando eso, me gusta la historia. A pesar de ser bastante corta y de no tener ni un solo diálogo, no se hace pesada en ningún momento y es fácil de leer.

Stylish Love dijo...

Sin duda alguna una buena historia entretenida, cortita y sin aburrimiento q valga jajaja
e. En verdad me gusta! y sobre todo el final...